¿Es posible encontrar la felicidad en el trabajo?
Esta historia es sobre un viaje hacia la autorrealización. Cómo el malestar en el trabajo nos puede guiar hacia nuestra verdadera pasión y hacernos encontrar así la felicidad.
Comparto la historia de María quien con tanta valentía y generosidad se abrió para que otras mujeres se sientan acompañadas y animadas a hablar o escribir. Expresar nuestras experiencias es terapéutico y nos ayuda a encontrarnos con nuestros deseos.
La historia es más larga, si te interesa leerla completa o conocer más a María, síguela @cabaleiro_maria
En este artículo comparto una reflexión sobre su historia, pincha aquí.
La historia de María: infelicidad y ansiedad en el trabajo
Cuando me preguntan por qué hago fotos, mi cabeza cortocircuita…muchas razones me vienen a la cabeza.
Dedicarme a fotografiar me protege de mí misma y de mis pensamientos autodestructivos. Aquellos que me llevan a pensar que estudié algo simplemente porque no sabía qué narices hacer con 17 años. Algo que tenga salida…salida ¿a dónde? ¿A una vida indeseada?
Me visualizo a mi misma, camino a la oficina. Camino que a día de hoy me cuesta recorrer, lo evito si puedo, me lleva a un lugar donde no quiero estar. Oficina en la que un día mi cuerpo dijo basta, y acabé con una crisis de ansiedad o ataque de pánico, que me tuvo 15 días ingresada en el hospital. Todos mis parámetros estaban descontrolados «tienes unas enzimas del páncreas descompensadas ¿Quieres que venga un cura a verte?» ¿Qué coño me estás diciendo?
La transformación de la maternidad y el trabajo
Por suerte, del mismo modo que todo se descompensó, todo volvió a la normalidad. Nadie supo decirme qué me pasaba. Me dieron el alta con un volante para el psicólogo. Sus preguntas incómodas me hicieron abandonar la terapia. A nadie le gusta que le digan que se está equivocando, que lo está haciendo mal, que tu vida no te gusta y que es necesario cambiarla.
Fui cobarde, no abandoné. Ellos me abandonaron a mí cuando me reincorporé tras mi primera maternidad: «recoge tus cosas y ¡vete!».
Recuerdo temblar y no contener mis lágrimas, no me lo podía creer. Yo que había trabajado hasta días antes de dar a luz. Lloré, lloré mucho, miraba a mi hija, Aroa. Yo que me había decidido a ser mamá porque tenía un trabajo, un sueldo, una hipoteca y acababa de cumplir los 34.
Sentía que la estaba decepcionando a ella y que estaba decepcionando a mis padres que me habían pagado una carrera “con salida”.
De repente tenía en mis brazos un mini ser absolutamente dependiente de mí. No hay mayor deuda que esa. Si te decides a ser madre es para que a tu hija no le falte nada. Y porque piensas que vas a poder hacerlo. De repente yo ya no lo sabía. Todo se había desmoronado, los miedos y las inseguridades me golpearon fuerte entonces.
El trabajo y la perdida de autenticidad
Tampoco entendía por qué me afectaba tanto que me hubieran echado de un trabajo que detestaba. Siempre lo viví como si fuese un papel en una obra de teatro. Una actriz, interpretando la vida de otra mujer. Una a la que le gustaba maquillarse, ponerse tacones, ponerse ropa elegante y mostrar interés por cosas que a mí me importaban un pimiento. Esa no era yo.
La respuesta era clara: por el dinero, el puto dinero.
Hasta la decisión de cambiar mi vida, la habían tomado por mí, no la había tomado yo. Eso me daba rabia y me hacía sentir muy vulnerable, una marioneta.
Fueron meses raros. No me quedé de brazos cruzados, reclamé mis derechos judicialmente. Al final un acuerdo con una indemnización (no sé si justa), pusieron punto final a una etapa muy dolorosa.
No puedo decir que me haya curado, más bien creo que lo he superado. Pero esa experiencia me dejó una cicatriz que de vez en cuando todavía noto tirante. Como si me hubieran puesto puntos en el cerebro.
Buscando un trabajo sin perder la felicidad
Cuando tienes un bebé, todo es el bebé y todo está relacionado con el bebé. Los consejos se suceden, lo que tienes que hacer y lo que no. Sin duda, el que más ruido hace en mi cabeza es aquel que dice, «disfrútala mucho, aprovecha que crecen, el tiempo vuela» Y yo quiero parar el tiempo, ¡pero no puedo!!
Al principio busco trabajo “pasivamente”. Estoy en una ciudad en la cual no tengo ayuda de nadie. Mi pareja está fuera, en cualquier punto del país, siempre lejos. Nos vemos algunos fines de semana. Conseguir plaza en una guardería, es imposible, tienen prioridad los niños con ambos padres trabajando, es la puta pescadilla que se muerde la cola.
Decidimos que, antes que pagar a alguien por cuidar a la niña, para eso lo hago yo. La famosa conciliación es imposible en nuestro caso.
No llego a reincorporarme nunca al mercado laboral y me siento incapacitada para todo, creo que no sé hacer nada. Pensar en volver a lo mismo, me pone mal , mi cuerpo responde con rechazo sólo al pensamiento de “volver” .
Volviendo al ser
Mis crisis de ansiedad han desaparecido. Tengo una niña preciosa y sana a la que mirar todo el día si quiero. La fotografía empieza a ser muy importante y poderosa para mí. Intento que mi pareja no se pierda nada, su clon crece cada día y no quiero que se lo pierda. Gracias a él yo puedo contemplarla, se lo debo.
Congelo instantes de nuestra bebé y la tecnología sitúa esas imágenes casi al instante en cualquier punto del país.
Paradójicamente, a la vez que nuestros recursos económicos se reducen considerablemente, mi felicidad va en aumento.
Porque no, el dinero no da la felicidad. La felicidad la da hacer lo que te hace feliz. Más simple no puede ser. Y yo soy feliz haciendo fotos a mi niña.
Eso no quita que cada x tiempo me replantee mi existencia, me juzgue y me pregunte si estoy haciendo lo correcto. No quiero pensar en mis años “perdidos” en la universidad. Y me autoconvenzo de que, de algo me sirvió, que mi cerebro funciona de determinada manera gracias a las miles de integrales y logaritmos neperianos que hice, a la electrotecnia y toda la puta teoría de circuitos. Que todo eso aportó algo a mi manera de mirar, necesito saber que no fue en vano. Pensar lo contrario me destruye.
El trabajo, la felicidad y la maternidad
Pasan algo más de 2 años cuando nace Lúa. Si tener trabajo fue lo que me empujó a ser mamá por primera vez, justamente lo contrario, fue lo que me hizo repetir la experiencia. Con ella aparece en mi vida, también, mi primera réflex. La fotografía continúa siendo una constante en mi día a día, pero soy poco amiga de leer manuales y no es hasta que las niñas empiezan al colegio cuando comienzo a formarme realizando diferentes cursos. Me apunto a todos los que van saliendo y logro plaza: fotografía básica, avanzada, retrato, documental, control de la luz, composición, etc.
Confirmo con el primero de ellos que me gusta y que quiero saber más. Algo que ninguna asignatura de la puta carrera había conseguido.
Recuerdo un día que una de mis hijas llegó del colegio y me dijo que les habían preguntado a qué se dedicaban sus papás. Ella contestó que su mamá corría y hacía fotos. Me gustó su respuesta porque no dijo que su mamá hacía comida, fregaba platos, ponía lavadoras, limpiaba el cuarto de baño y tendía ropa (que también era verdad). Pero prefería que mi hija destacara de mí dos cosas que realmente me definen y me hacen sentir bien.
Ninguna de las dos cosas aportaban nada directamente al núcleo familiar, pero sí mucho a mi estabilidad emocional y a mi salud mental, y al final, eso repercutía positivamente en mi familia.
La vocación y el encuentro con una misma
Poco a poco, las fotografías familiares se transforman en algo más. Necesito ir un paso más allá. Con lo aprendido en los cursos, empiezo a planear y crear fotos, no solo a mirar y disparar. El retrato y la composición me apasionan y se convierten en el centro de mi fotografía. Ahora cuido aspectos como el encuadre, el fondo y la luz, aunque vivo en un piso pequeño y poco luminoso, lleno de trastos de niños.
Comienza una etapa intensa: la búsqueda de una nueva vivienda. Busco una casa con buena luz natural y espacio para mis fotos. Finalmente, encontramos una casi perfecta con grandes ventanales. Desempolvamos la indemnización y todo empieza a tomar forma. Me siento orgullosa de lo que he logrado con mi pareja, quien siempre me ha apoyado.
Después de años de lucha, reformamos la casa. Quiero luz y espacio, así que eliminamos tabiques. Nos mudamos en diciembre de 2019 y, comparado con nuestro antiguo piso, nos parece un palacio. Estamos felices y disfrutamos de la luz que entra cada día. Paso mis días observando cómo entra la luz en cada habitación, lo cual me fascina. Nuestro edificio puede parecer tétrico desde fuera, pero en él viven las niñas Bianchetti, Aroa y Lúa, felices y afortunadas.
Reflexión
Esta fue la historia de María, seguramente muchas de nosotras tengamos historias similares con respecto al trabajo y la felicidad. Aquí te dejo la mia y te comparto las reflexiones que hice sobre la historia de María.
Si quieres iniciar tu transformación y encontrarte a ti misma, tal como lo hizo ella, te acompaño!